Por mucho tiempo intenté arrancarme del corazón un amor que despreciaron. Fueron meses en los que busqué sin parar cómo dejar de querer a alguien que decidió, de un día para otro, que lo que yo tenía para dar no era suficiente. No fue un proceso fácil y creo que por fin me doy cuenta del por qué: todo ese tiempo resistía lo que era y busqué negar lo que verdaderamente sentía.
Me obligué a llegar al punto del odio, como si realmente eso fuese a curarme todas las heridas que me veía abiertas; cuando quizá, el mismo amor que estaba intentando sacarme de adentro era el único y verdadero antídoto del veneno que me inyectaron.
Siempre escuché que el amor es una fuerza indomable capaz de contruir cualquier cosa de la nada. Los Beatles lo decían: love is all you need, pero también crecí rodeada de frases como “amor con hambre no dura” o “el amor no lo puede todo” y me confundí.
Tengo 27 años oscilando entre dos extremos del amor… y en uno, construye, mientras que en el otro, no es suficiente.
Me reconozco como una mujer romántica y te confieso que me exploro y descubro un montón a través de mis relaciones. Son uno de los espacios en los que he podido ver mi oscuridad y mis luces. También he sufrido muchísimo cuando únicamente me ven a través del lente de mis fallas y no desde los intentos que hago por pulir los faros desde donde sale la luz.
Al final, pase lo que pase, me refugio en esas cuatro palabras que canta Taylor Swift: this is me trying.
Y esta soy yo otra vez intentando sacar la luz de cuando todo dentro de mí me pidió que nos anidáramos un rato en el resentimiento, en el deseo de que algo nunca hubiese pasado, en hacer chistes hirientes, en creernos generalizaciones absurdas sobre los demás, en comernos el cuento de que, efectivamente, el amor no puede con todo ni es suficiente.
Pero ya no quiero.
No quiero porque me di cuenta de que lo verdaderamente pesado es obligarme a llevar el desamor desde el cinismo y el resentimiento. Lo que de verdad me destruye es querer satanizar a alguien, olvidándome por completo de que todos somos luz y sombra y vaya que a mí me duele cuando me reducen a lo oscuro ¿quién soy yo, entonces, para hacer lo mismo con el otro?
Al final, todos lo estamos intentando.
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Ayer vi The Worst Person in the World y cuando terminó, necesité unos minutos para procesar lo que sentí porque me vi en Julie, la protagonista, cuando dice que se siente como un personaje secundario en su propia vida, cuando reconoce que va a arrepentirse de dejar una relación; pero igual sabe que tiene que irse. Me reconocí en el amor perpetuo que siente por esa relación que dejó y por la nueva en la que entró. Me vi a mí misma también asomada en una ventana viendo de lejos cómo la vida sigue y a veces nos toca deambular por toda la ciudad en un intento de alargar la última noche de vida de alguien a quien amamos. Me vi llorando cuando te agarra el amanecer y sabes que la vida como la conocías antes se acabó.
Creo que el amor pesa cuando buscamos no sentirlo a la fuerza. Duele cuando nos inventamos razones y máscaras que ponerle al otro para convertirlo en monstruo. Yo llegué a pensar que no iba a poder caminar sabiendo que amaba tanto a personas que decidieron irse, pero Julie no corrió hacia el odio ni persiguió la indiferencia. Más bien pareciera entender que el amor ahí se va a quedar, aunque tomemos la decisión de irnos, de seguir, de desviarnos del camino que pensábamos era el correcto.
Desde que acepté el amor como algo que vive dentro de mí y que puedo alquimizar a gusto, dejé de sentir que adentro tenía una carga gigante que llevar porque puedo entregarlo a alguien que lo necesite y así ese amor puede ir iluminando, y el otro deja de ser fuente de dolor para transformarse en una de compasión.
Me gusta pensar que puedo tomar las versiones que amé de la gente que amé y permitir también que me atraviesen desde un lugar de ligereza. Quizá es eso lo que el amor puede construir de la nada. Esta idea bonita de que si alguna vez ahí hubo amor, es mejor no buscar matarlo… sino redireccionarlo.
Al final, todos los estamos intentando.
Feliz San Valentín.
El ✨pop✨ necesario de la edición. Pasa con confianza:
Escuché este disco por primera vez y lloré las dos horas que dura. Cuando le conté a una amiga, me dijo que no escuchara cosas tristes pero es que no lloraba por eso. Estaba genuinamente conmovida por la preciosidad de música que estaba escuchando y no pude hacer otra cosa que llorar.
Si el mood no es de conmoverse hasta llorar, te dejo esta otra recomendación musical que es divina y te pone a bailar sí o sí.
Estoy repensando un montón lo que pienso sobre el dating y hasta dónde quiero que la gente se me acerce. Este ensayo se sintió como un abrazo porque al final… no hacen falta tantas reglas.
Una app que me descargué hace poco y si te interesa la moda, va a ser un game changer seguro. No me perdí ni un solo desfile de la Semana de Alta Costura gracias a ella.
Un hábito que tiene meses cambiándome la vida es meditar una o dos veces al día. Me ancla, me calma, me da espacio, me hace sentir posible. Generalmente escucho audios de mi maestra (hola, Mada), pero esta app es preciosa y gratuita con un montón de recursos para meditar.
Y eso es todo, por ahora.
Nos leemos de nuevos pronto,
Un abrazo de San Valentín,
Gracias por ser amor y luz siempre !
Que hermoso sentir que me encuentro a mi misma leyendo tus palabras escritas desde un lugar tan puro y poético al mismo tiempo.
Gracias por mostrar que no se trata de extremos y que si podemos encontrar una manera distinta de andar. Creo fielmente en el amor en todas sus versiones y en que sin duda alguna como diría Jorge Drexler “ todo evoluciona, todo se transforma “
Un vientecito fresco de vulnerabilidad y buena escritura. Feliz San Valentín reina. Toma este mensajito como un poquito de amor que regresa, de todo el que tu das.