El año pasado se rompieron tantas cosas que no tuve más opción que dejarlas caer y luego ver si algún pedazo me servía para construir algo nuevo. Me encantaría decir que el resultado fue una vida diferente; pero no fue así.
Pasé días mirando hacia atrás sin entender cómo seguir un camino en el que ya no veía peldaños ni señalizaciones. Fueron más bien meses los que viví entre muertes, cierres y despedidas tan abruptas que terminé sola en un pasillo, sintiendo cómo el corazón me latía en la mano porque ahora lo tenía fuera del pecho.
Creo que una de las experiencias más demoledoras en la adultez es pasar por algo que te obligue a regresar a tu infancia al necesitar que un adulto de verdad te cuide, te alimente y te contenga porque no puedes hacerlo tú.
En 2023 fue mi mamá quien pasó semanas dándome comida porque yo no tenía la fuerza suficiente para comer por mí misma, quien vino a quedarse conmigo en casa porque mis terrores nocturnos se hicieron más fuertes y no sostenía dormir sola en mi cama, fue ella quien me agarró las manos y me escuchó una y otra vez hablar de cómo me habían vuelto a romper el corazón, incluso cuando una vez me prometí no permitir que una crueldad similar volviera a cruzarse en mi camino.
Pero a veces la crueldad se disfraza y cuando se quita la máscara, actúa como Medusa y convierte en piedra a cualquiera que la vea a los ojos.
Estuve un tiempo dándole vuelta a esa idea en mi cabeza y de un momento a otro llegué a los mausoleos.
Por definición, un mausoleo es donde se entierran o inhuman los restos, pero lo que más me ocupó la mente fueron las construcciones gloriosas que los componen. Pocas veces en mi vida he estado rodeada de ellos, pero tengo que confesar que cuando los veo, siempre se me quedan en la cabeza por unas horas hasta que los sacudo. Así de imponentes son.
Un recordatorio de una muerte que yace bajo una construcción que la honra.
Honrar la muerte.
Honrar el dolor.
Qué idea tan revolucionaria.
Generalmente, cuando sentimos dolor buscamos algo que nos distraiga. Yo siempre corro a los libros, a la intelectualización de algo que no vino a mí para yo entenderlo, a escuchar el dolor de los demás transformado en canciones, en poemas, en podcasts, en newsletters; en algo más que me saque de mí y me muestre que lo que vive adentro no es tan diferente a aquello que tengo al frente y que me consuela.
Esta vez, en medio de volver a ser una niña que necesita que la cuiden, alguien me hizo una pregunta que me regresó a mi adulta: "¿y si simplemente te quedas y lo sientes?"
Qué idea tan revolucionaria.
El Taj Mahal (1914), fotografía de Helen Messinger Murdoch
Pasé los últimos meses del año aferrada al sentir, de cabeza, sin anestesia y sin necesidad de encontrar mis adentros allá afuera para reconocerlos como míos. Al principio pensé que era condenarme a la tristeza, como hacer un compromiso con el sufrimiento, algo de lo que no iba a ser capaz de salir porque la lista de “por procesar emocionalmente” se veía muy larga.
Lloré, escribí, grité en almohadas y desaparecí por períodos cortos de tiempo para quedarme en casa, obligándome a estar en mi sofá y sentir lo que hiciera falta sentir. Honrando el dolor.
Cada vez mis escritos se volvían menos oscuros, el tiempo en el sofá se hacía corto y las lágrimas no salían diario. De repente, casi sin darme cuenta, las emociones venían a dolerme un rato pero dejaron de ser tan debilitantes. De un momento a otro, dejé de querer intelectualizar todo y sentí que era seguro entrar en la emoción de cabeza porque soy capaz de salir de ellas.
Boom.
Otra idea me vino a la cabeza: si los lobos aúllan cuando algo duele y si las tribus se permiten un duelo público y acompañado, es porque el dolor no tiene que estar oculto siempre. Recordé que los mausoleos existen y una mañana cualquiera pensé en lo bonito que sería construir uno mental.
Vaya idea revolucionaria.
Cada dolor, cada muerte, cada persona que se queda atrás no tiene que quedar en el olvido porque no se trata de borrar lo que sí pasó y pretender que nunca existió.
Yo tengo una propuesta diferente.
Propongo que le veas los ojos a tu Medusa y te conviertas en piedra, que te quedes ahí el tiempo que necesites quedarte para que puedas sentir la magnitud de lo que acaba de pasar, de lo que se acaba de ir, de lo que ya no va a estar más.
Propongo que busques cualquier rayo de luz, no importa qué tan poco te dure el calor en esa piel que ahora se siente dura y muerta y que no te obligues a salir de donde no quieres ni a enfriarte cuando comiences a sentir calor otra vez en el pecho.
Propongo que permitas que ese calor se haga más grande hasta que rompa la piedra de la que alguna vez no pensaste salir, que veas los pedazos rotos que están en el piso y en vez de pensar qué vas a hacer con eso, te pongas manos a la obra para que cada uno que encuentres sea parte del mausoleo personal a construir.
Tómate el tiempo que necesites y decorálo como prefieras. Hay días en los que te quedarás con los pedazos en las manos y vuelva el dolor; hay otros, en los que vas a sentir que puedes terminar la construcción.
Cuando lo tengas listo, propongo que voltees a verlo seguido, que le pongas flores y que, a veces, le cantes par de canciones.
Hay algo que no te dije antes: "la función principal de esta edificación es la de resguardar y preservar los restos en óptimas condiciones. Por lo cual en el interior de un mausoleo se va a crear un espacio de paz y calma en el cual se depositarán los restos incinerados o no, del difunto, para su interminable descanso".
Crear un espacio de paz y calma para permitir el interminable descanso de lo que murió.
Qué idea tan revolucionaria.
A lo mejor sí estoy haciendo una vida diferente.
Gracias por leerme de nuevo.
Comenzamos.
Y por si quedaste con ganas de pop, aquí te dejo recomendaciones suavecitas (y no tanto) que ✨me hicieron dar cuenta✨
Claramente esto empieza con magia porque es mi cosa favorita en el mundo. Si crees en oráculos pero no tienes cartas, aquí te dejo esta web preciosa que agarra escenas de películas y te lanza mensajes que, curiosamente, han sido bastante acertados para mí. Pruébalo y me cuentas.
Si hay un tema que me obsesiona (del montón que tengo, obvio) es el del trauma. He leído infinitos libros y nunca me canso, pero ahora me topé con este documental sobre la sabiduría del trauma con el Dr. Gabor Maté y no te voy a contar más porque te prometo que solo tienes que verlo.
El podcast The One You Feed me enganchó con la historia detrás del título, pero con este capítulo ya me terminé de casar. El nombre del episodio es cursi, pero el contenido está bien poderoso. A mí me dejó pensando un montón.
Caí en el loop de Jacob Elordi. Culpable de todos los cargos, pero es que ¿ya viste Saltburn?
Por último pero no menos importante, este rebranding tan espectacular de Una Jeva Normal no hubiese sido posible sin la ayuda de las manos y mente maestra de Sabrina Valencia. Sabri no solo es mi amiga, sino una de las diseñadoras más talentosas que conozco. Ve y conócela que si necesitas algo de diseño, she’s the one.
Ahora sí,
Nos leemos otra vez pronto,
Un beso,
Esto es una absoluta joya ♥️ gracias, me voy a ponerle luces a mis mausoleos